Historia Mínima Del Neoliberalismo (Gonzalbo, Fernando Escalante)


Highlights


La idea fundamental, derivada de la crítica socialista de los derechos civiles, era que la libertad no tenía sentido sin la garantía de un conjunto de condiciones materiales, empezando por un ingreso mínimo, salud,


Expone Mises su idea de lo que sería una sociedad socialista, que incluye cosas tan improbables como la supresión del matrimonio, y a continuación demuestra que ese orden sería imposible. Los ejemplos a los que se refiere de pasada como aproximaciones a lo que sería el socialismo son el Egipto de los faraones, el imperio de los Incas, y el estado de los jesuitas en Paraguay. O sea, que como crítica del socialismo no tiene en realidad mucho interés.


Según su argumentación, la limitación de la jornada laboral afecta al rendimiento de la economía; la prohibición del trabajo infantil perjudica sobre todo a las familias obreras, que se ven privadas de ese posible ingreso; los seguros contra accidentes y enfermedades laborales contribuyen al aumento de ambas cosas, accidentes y enfermedades; el seguro de desempleo produce desempleo; y el seguro social, en cualquiera de sus formas, debilita la voluntad y corrompe la moral de los trabajadores.


Camino de servidumbre. Se publicó en 1944.


todo movimiento hacia el socialismo, o hacia la planificación de la economía, tan moderado como se quiera, amenaza con llevar finalmente al totalitarismo.


valores centrales de la civilización están en peligro”; y señalaba como causas el predominio de una interpretación de la historia que niega que haya “estándares morales absolutos”,


En ese sentido, y dejémoslo de momento sólo anotado, en su contenido propiamente político el neoliberalismo es una teoría sobre la manera de transformar al Estado para que garantice el funcionamiento del mercado


Nadie puede reunir ese conocimiento disperso, eso que sabe cada quien por su cuenta. Sólo el mercado, y sólo porque funciona de manera automática, impensada, y ajusta mecánicamente los deseos, las necesidades, los intereses y los recursos de todos, de modo que cuando compran y venden libremente sube el precio de lo que más se estima,


La disyuntiva es simple, estricta: someterse a las fuerzas incontrolables y aparentemente irracionales del mercado, y al movimiento de los precios, o bien someterse al poder, igualmente incontrolable, arbitrario, de otros hombres. La diferencia está en que el mercado permite una asignación eficiente de los recursos, y la dirección autoritaria no puede.


La ignorancia es un problema si tratamos de poner orden, organizar deliberadamente la vida social.


Pero si permitimos que opere sin trabas el mecanismo impersonal del mercado, la ignorancia no es un obstáculo. Al contrario, es incluso una virtud:


de lo que sabemos todos, cada uno por su lado, produce una forma superior de conocimiento: es la sabiduría inconsciente de las multitudes (the wisdom of the crowd).


Nadie sabe, por ejemplo, qué clase de conocimiento sea más útil, más apreciado, qué línea de investigación vaya a resultar más fructífera: no se puede saber; el modo más eficiente de resolver el problema consiste en dejarlo en manos del mercado, y que la oferta y la demanda se encuentren.


No imponer nuestra ignorancia. No decidir autoritariamente nada: ni precios ni recursos, ni estándares. Que sea el mercado.


Así, por ejemplo, una fábrica o una escuela, un ejército. Los órdenes espontáneos, en cambio, son producto impensado de la interacción, no tienen ningún diseño, no han sido pensados de antemano, no obedecen a propósito alguno, sencillamente resultan de la coordinación espontánea de los individuos —tal como sucede en el mercado.


No dice Hayek que los órdenes espontáneos sean naturales. Pero sí dice que no son artificiales, en el sentido de que no han sido creados por nadie, es decir, no corresponden a ninguna voluntad concreta. No han sido pensados.


Las organizaciones, es decir, los órdenes artificiales dependen siempre de la coerción, porque tienen que obligar a la gente a hacer determinadas cosas, a comportarse de un modo u otro, a obedecer. Mientras que los órdenes espontáneos reposan sobre normas de carácter general que permiten decisiones libres.


si no hay un propósito, ninguna finalidad deliberada, consciente, susceptible de ser razonada, entonces no está claro qué significa que un orden sea “eficiente”. Porque la eficiencia es un término relativo.


pero nada dice que eso sea necesariamente bueno, o deseable. Y de hecho, ese orden, aunque sea eficaz en esos términos, aunque pueda ser casi natural, o natural, produce desempleados, produce pobres, produce hambre —y es difícil sostener que sea eficiente en términos humanos un orden en que hay gente que se muere de hambre, cuando sobra comida. Sabemos que Hayek diría que cualquier otro orden produciría más pobreza, más hambre. Pero esa es sólo una hipótesis contrafáctica.


Los órdenes artificiales también evolucionan de manera espontánea, permiten ajustes impensados, aleatorios. Ninguna organización, por estrecha que sea, funciona siempre y en todo mediante órdenes explícitas.


Estado, en su funcionamiento, en su configuración concreta, es producto de una evolución espontánea tanto como el mercado. Desde luego, un Estado se imagina sobre el papel cuando se redacta una constitución y se escriben leyes, y reglamentos, y se establece una jerarquía administrativa; pero la forma concreta de se estado es el producto de un proceso histórico lleno de accidentes, inercias, valores entendidos, conflictos, decisiones individuales.


El estado mexicano no está en la constitución, ni el mercado mexicano está en la naturaleza.


decir, que la oposición entre órdenes artificiales y órdenes espontáneos puede tener cierto valor heurístico, en algún plano, pero no permite sostener un argumento general contra la intervención del Estado en la economía.


Antes de entrar en materia, y hablar de economía, no sobra recordar que el neoliberalismo no es sólo un programa económico, sino una visión completa del mundo, una idea de la naturaleza humana, del orden social, una idea de la justicia.


una idea también de lo que es el conocimiento científico.


Primero, la idea de la ciencia: una idea estrecha, doctrinaria, que tiene como modelo la física del siglo XIX.


Y segundo, la idea del mercado como mecanismo autorregulado, que de manera automática mantiene el equilibrio, o lo recupera


Para el proyecto neoliberal resulta especialmente atractiva esa idea de la ciencia y de la economía, porque permite tratar al mercado como si fuese un mecanismo natural, movido por fuerzas impersonales.


En el intento de imitar a la física, lo que hicieron los economistas del siglo XIX fue copiar las ecuaciones, e identificar las transacciones económicas con las transferencias de energía en un campo cerrado.


Pero no hace falta insistir en esa discusión por ahora. Buena parte del esfuerzo de los economistas en los últimos cien años se ha dedicado a elaborar explicaciones que no dependan del contexto.


Es decir, se ha dedicado a buscar fórmulas de validez universal, que no dependan de si se está en México, en Indonesia o en Noruega.


El resultado es que casi todas las ciencias sociales, incluidos algunos economistas, intentan ofrecer explicaciones más ricas en información de contexto, es decir, tratan de dar cuenta de lo singular.


La economía neoclásica va exactamente en el sentido inverso —trata de suprimir el contexto, y explicar los fenómenos económicos como si fuesen mecánicos, de lógica inalterable, como los fenómenos físicos (de la física del siglo XIX). Y en ese modo de razonar ha encontrado un apoyo considerable el programa neoliberal, porque tiene la misma ambición, o parecida, de establecer verdades de validez universal.


la economía neoclásica no trabaja a partir de hechos, sino de modelos.


El procedimiento depende de la postulación de una serie de supuestos, puramente formales. Por ejemplo: supongamos que hay competencia perfecta, supongamos que concurren individuos igualmente informados, supongamos que deciden con entera libertad, supongamos que son perfectamente racionales…


de base para toda clase de ejercicios matemáticos. Pueden ser más o menos útiles, más o menos reveladores, pero no son descripciones de la realidad —ni aproximaciones a una descripción de la realidad.


lo que hacen los economistas (los partidarios del programa neoclásico, se entiende) es imaginar “economías de juguete”, que sirven para hacer especulaciones mediante ejercicios de lógica matemática.


los teoremas, las fórmulas, tienen poco que ver con el mundo real.


La economía teórica del programa neoclásico es en ese sentido una variante de las matemáticas puras, un ejercicio formal.


Aquí es donde la economía neoclásica presta un servicio importante al programa neoliberal, porque permite naturalizar, dar un aspecto indudable a las recomendaciones prácticas de política económica. Como si se tratara de fórmulas de física.


La defensa más conocida del método de la economía neoclásica, y una defensa categórica, es la de Milton Friedman.


sólo un caso entre muchos. Si el criterio de cientificidad, o de relevancia, fuese la capacidad de predicción, difícilmente sobreviviría la economía como disciplina.


No hace falta insistir más. El sello característico de la economía académica, en su versión neoclásica, es esa separación de la realidad. Que se lleva orgullosamente, por cierto —el hecho de no estar contaminada por la contingencia de la realidad empírica.


Porque todos sabemos lo que es el mercado, sabemos lo que quiere decir que el mercado determina los precios, por ejemplo, o que distribuye recursos, o que premia o castiga.


Todos están inmersos en la sociedad, son hechos sociales, regulados no sólo por leyes, sino por varias clases de normas, formales e informales; para decirlo en una frase, siempre hay una economía moral, un conjunto de reglas, con frecuencia implícitas, que establecen cómo deben comportarse los actores en el mercado (el propósito de darle autonomía completa a la economía, y de subordinar el resto de las relaciones sociales a las relaciones de mercado, es un propósito utópico —imposible en realidad, y peligroso).


mercado es eficiente porque procesa correctamente la información, asigna los precios correspondientes, favorece la correcta distribución de recursos según la demanda efectiva, etcétera, es decir, porque lleva el pan a quien más paga por él, no a quien tiene hambre.


Antes de seguir, dos pequeños problemas. Primero, por muchas precauciones que se quieran tomar, la expresión “equilibrio” tiene connotaciones positivas, y con esa intención se emplea con frecuencia. Técnicamente no hay motivo para esa valoración, porque es un hecho nada más: el precio de equilibrio del maíz podría ser inalcanzable para mucha gente, que padecería hambre, y no dejaría de ser un precio de equilibrio —que no es ni bueno ni malo.


Sólo afirman que ese punto de equilibrio puede existir, si se asume un conjunto de supuestos. Si todos los actores son racionales, las preferencias de todos son fijas, transitivas, completas, si hay competencia perfecta, y una única operación general en que todas las mercancías se venden simultáneamente, como en una gran subasta, en ese caso, entre el infinito número de puntos imaginables de un modelo multidimensional en que se cruzase el infinito número de curvas de oferta y demanda, podría existir uno en que coincidieran oferta y demanda agregadas —de modo que en ese arreglo de precios todos estarían conformes. Es decir, bajo semejantes supuestos puede existir el equilibrio. Pero es tan sólo una posibilidad matemática.


Para entender el efecto del empleo de la expresión se puede hacer el siguiente ejercicio. Si se habla de obtener un resultado “mejor” para un individuo o una economía, siempre se podrá preguntar: mejor en qué términos, mejor para qué o para quién, mejor en qué sentido; y es claro que se trata de un juicio, una valoración, que no puede dejar de tener connotaciones morales.


A nadie le cuesta trabajo admitir que los supuestos a partir de los cuales se construye el modelo del equilibrio general de la economía son imposibles —eso aparte de que el resultado más eficiente, el óptimo, no tiene por qué ser deseable en ningún sentido. No obstante, esa imagen del mercado tiene un valor ideológico.


Insisto: nadie tiene problemas para aceptar que las condiciones del modelo son imposibles. Pero se supone, se argumenta, que la mejor solución posible será siempre la que más se acerque al modelo. En otras palabras, sabemos que no hay competencia perfecta, sabemos que no hay información completa, ni libre movimiento de la mano de obra, no hay muchas de las cosas que supone el modelo ideal del mercado. Pero eso sólo dice que este mundo es imperfecto. La mejor opción asequible será la que más se acerque, y cumpla al menos con algunas de las condiciones, hasta donde eso sea posible. Será una competencia tan perfecta como podemos tenerla, y será lo mejor. Parece sensato; no lo


estas alturas, no está de más repetir que el neoliberalismo no equivale a la economía neoclásica. Pero hay afinidades importantes entre ambas empresas.


en buena medida, en este ámbito, el neoliberalismo es la economía neoclásica convertida en ideología.


Basta dejar dicho que ese modo particular del pensamiento económico, basado en modelos formales, es la base de la mayor parte de las propuestas concretas del programa neoliberal, y no por casualidad


Barro sostiene que sí. Sostiene que los individuos efectivamente anticipan el nivel futuro de impuestos a partir del endeudamiento del gobierno, y deciden su gasto y su ahorro en función de eso. Por lo tanto, la deuda pública se traduce en un aumento del ahorro privado, y una reducción del consumo —es decir, que no hay manera de estimular la economía con emisión de deuda. No hay ninguna información empírica para sostener las ideas de Barro, que tampoco han sido muy populares.


La idea central parece casi de sentido común. Los políticos, los funcionarios, son como cualquier otra gente: individuos racionales que tratan de maximizar su utilidad.


De entrada, parecería lógico que, siendo el mercado fundamental para asegurar una asignación eficiente de los recursos, sería necesario proteger la competencia, e impedir la formación de monopolios. No es así.


Por otra parte, sigue Friedman, si el mercado ha producido una concentración así, será porque es el resultado más eficiente. Sancionar a las empresas monopólicas, obligarlas a reducir su tamaño, vender parte de sus activos, significa castigar a quienes han sido más exitosos, y han sabido aprovechar las economías de escala.


Fernando Henrique Cardoso, André Gunder Frank, Ruy Mauro Marini. Con frecuencia concluyen que la única solución sería adoptar un régimen socialista. En la opinión


En ese clima de inestabilidad: protestas, huelgas, recesión económica, violencia, terrorismo, transcurren los años setenta. Y se desacredita muy rápidamente el keynesianismo de las tres décadas anteriores.


exigidas a Alemania en el Tratado de Versalles: “Reducir a Alemania a la servidumbre durante una generación, degradar la vida de millones, y privar de toda felicidad a una nación entera debería ser detestable en sí mismo, incluso si hacerlo nos enriqueciera”).


punto de partida era una crítica de las políticas keynesianas, pensada desde los años treinta —la vieja batalla de Hayek, de Mises. Y ofrecía un horizonte radicalmente distinto: un programa económico completo, con otras bases, una crítica muy incisiva del orden institucional, de las inercias y las consecuencias impensadas, deletéreas, del Estado de Bienestar, y una explicación general de la crisis que parecía cuadrar bien con los hechos.


La crítica del Estado y de la burocracia es posiblemente el motivo cultural característico de la década de los setenta. En ella coinciden movimientos de tradiciones muy diferentes.


En los países centrales: en Francia, Reino Unido, Estados Unidos, los movimientos juveniles de protesta de los años sesenta tienen una poderosa deriva individualista. Se han explicado de muchas maneras, no hace falta insistir mucho en ello. Eran entre otras cosas expresión de la inconformidad de una nueva generación con estudios universitarios, con acceso a un mundo de consumo inimaginable para sus padres, con infinitas posibilidades —y demasiadas reglas.


la receta neoliberal es clara, obvia, transparente, que la gente decida, que los consumidores decidan, que nadie se meta en su vida. Es un programa simple, convincente, asequible para el sentido común de cualquiera.


En los años siguientes el Banco Mundial y el FMI participan en la renegociación de la deuda de la mayoría de los países del sur. En todos los casos, la ayuda estaba condicionada a la adopción de lo que se llamaron Programas de Ajuste Estructural, que básicamente imponían el programa neoliberal: disminución del gasto público, reducción del déficit, control de la inflación, privatización de activos públicos, apertura comercial. Todo eso había tenido un primer ensayo general, en Chile.


de vista: evidentemente —dijo— las dictaduras entrañan riesgos. Pero una dictadura se puede autolimitar, y si se autolimita puede ser más liberal en sus políticas que una asamblea democrática que no tenga límites. La dictadura puede ser la única esperanza, puede ser la mejor solución a pesar de todo.


evidentemente —dijo— las dictaduras entrañan riesgos. Pero una dictadura se puede autolimitar, y si se autolimita puede ser más liberal en sus políticas que una asamblea democrática que no tenga límites. La dictadura puede ser la única esperanza, puede ser la mejor solución a pesar de todo.


La implicación era clara, nadie necesitaba más explicaciones: era el caso de Chile. Había sido necesario sacrificar temporalmente la democracia para consolidar la libertad económica. Y en 1981 se estaba festejando eso.


Las cosas empezaron a ir mal el año siguiente. Las empresas chilenas se habían endeudado fuertemente a partir del plan de choque, con el dinero barato de mediados de los setenta; las privatizaciones habían inducido una espiral especulativa, y la liberalización comercial había producido un déficit en la balanza de pagos: el aumento de tasas de interés hizo que muchas industrias se declarasen en quiebra.


Como casi todos los países periféricos, Chile tuvo que recurrir a préstamos del Banco Mundial y el FMI, que exigieron a cambio el compromiso de “normalizar” la propiedad de los bancos y acelerar la privatización de las empresas públicas que quedaban. A partir de 1983, con esa exigencia, el programa neoliberal cobró nuevo impulso: se privatizaron las industrias del azúcar, acero, química, energía, aviación y telecomunicaciones. Vendría después otro auge. Es decir, en términos generales, una evolución con ciclos similares a los del resto del mundo, de auges, caídas y nuevos ajustes.


En los textos del neoliberalismo es frecuente que se hable de democracia en sentido metafórico, para referirse al mercado. La democracia política es otra cosa. La constitución de la libertad, según la expresión de Hayek, exige que se pongan límites a lo que puede decidirse democráticamente, porque es necesario dejar al mercado fuera de la política. Libertad es libertad económica, y es la base de todo. El resto puede arreglarse, no tiene tanta importancia.


primer lugar, ofrecía una respuesta simple, clara, inequívoca, para todos los grandes problemas, que contrastaba con la confusión y la oscuridad de las explicaciones vigentes, y ofrecía además una explicación concreta y muy verosímil de los fracasos de los años sesenta y setenta. En segundo lugar, su veta populista resultaba especialmente atractiva en tiempos de crisis: contra la política, contra las negociaciones opacas, contra los intereses creados de corporaciones, profesiones, sindicatos, proponía la simplicidad cristalina del contrato, el mercado, la decisión de los consumidores. Adicionalmente,


Por supuesto, las políticas que se ensayaron en esos años fracasaron en el intento de reactivar la economía, reducir el desempleo, y por supuesto, la interpretación mecánica del nexo de la curva de Phillips quedó completamente desacreditada. Lo interesante es el salto lógico, a partir de ahí.


A partir de entonces, cualquier propuesta de política siquiera mínimamente heterodoxa significa volver al pasado. Imagino que el carácter ideológico de la interpretación no es difícil de ver. No sólo porque sea una explicación injusta, abusivamente reduccionista, tanto del keynesianismo como de la crisis.


Porque es un movimiento intelectual amplio, ya lo hemos visto, de varias décadas, que alcanza casi todos los campos de la actividad humana, y que incluye desacuerdos muy significativos, en asuntos de peso.


Es fama que en una ocasión puso orden en una reunión de dirigentes del partido para definir el programa de gobierno golpeando la mesa con un libro: estas son las ideas que yo quiero poner en práctica. El libro era Los fundamentos de la libertad, de Friedrich Hayek.


neoliberalismo: reducción de impuestos, reducción del gasto público, supresión de regulaciones, privatización de empresas públicas. O sea, según una fórmula simple (también engañosa), menos Estado y más mercado.


En dos frases, Friedman sostenía que la inflación no era en última instancia culpa de los sindicatos, ni de los precios del petróleo, sino de la oferta monetaria. Nada más. De modo que era posible controlar la inflación con sólo controlar la masa monetaria. Dicho en términos muy sencillos, con menos dinero circulando bajarían los precios, y la inflación. Estaba claro que esa compresión monetaria provocaría desempleo


El segundo ingrediente del thatcherismo fue una agresiva campaña de privatización de empresas y activos públicos. En esos años se privatizaron: British Petroleum, British Gas, British Steel, British Aerospace, British Telecom, British Airports Authority, British Rail, Associated British Ports, la National Freight Corporation, plantas de energía, de agua. Se vendieron muchas de ellas a precios deliberadamente reducidos, para que los nuevos propietarios pudiesen invertir en mejorar la infraestructura.


Thatcher optó por llegar hasta las últimas consecuencias, sin ceder en nada. No admitió ninguna de las demandas. Se refería a los mineros como el “enemigo interno”, con el mismo lenguaje con que había hablado poco antes del enemigo exterior durante la guerra de las Malvinas.


Dos frases muy conocidas resumen muy bien la idea de Thatcher, su programa, y el ánimo con que se impuso: no hay alternativa, la sociedad no existe.


posmodernidad: la convicción de que los grandes proyectos, las grandes empresas no tienen sentido, que no hay fundamentos sólidos para nada, que no se puede confiar en nada que no sea mínimo, personal, inmediato, fragmentario —nada que vaya más allá de la vida cotidiana.


el gobierno la declaró ilegal e inmediatamente, en un solo día, despidió a 11 000 controladores, que fueron sustituidos por 6 000 supervisores, 2 000 trabajadores no afiliados a la PATCA (Proffessional Air Traffic Controllers Association) y 900 controladores del ejército. Para hacer más enfático el ejemplo, y que sirviera de escarmiento, el gobierno prohibió la posterior contratación de cualquiera de los despedidos —era una medida vengativa, absolutamente innecesaria, salvo como mensaje político. Fue un golpe definitivo para el sindicalismo estadounidense.


Aunque pueda parecer un poco rara, la tesis básica es sencilla de enunciar: si se reducen los impuestos a las empresas, y el impuesto al ingreso de las personas, y se favorece así que aumenten las ganancias de quienes tienen rentas más altas, a la larga toda la sociedad se beneficiará de ello. La explicación teórica es como sigue. Si los ricos tienen más ingresos, mayores ganancias, y pueden acumular más dinero, podrán invertir más, y de ese modo crearán empleo, aumentará la producción, y finalmente todos saldrán ganando.


cualquier caso, la curva de Laffer sirvió para justificar la reducción de impuestos de los años ochenta.


1986, a mediados de su segundo periodo, la estructura de impuestos directos tenía ya sólo cuatro tramos, y la reducción del impuesto sobre la renta había sido de 6 por ciento en promedio. Y bien: bajaron los impuestos, pero no aumentaron los ingresos del Estado.


lo vimos, se supone que si los ricos se enriquecen más, tarde o temprano todos los demás se beneficiarán de ello. La tesis tiene un corolario que no es trivial. Si el aumento de la riqueza es deseable, entonces la desigualdad no sólo no es mala, sino que resulta positivamente deseable.


Los resultados no ofrecen mucho apoyo. En las décadas siguientes, en parte como consecuencia de los beneficios fiscales, creció el producto interno de los Estados Unidos, y aumentó mucho la riqueza del 10 por ciento más rico, y mucho más, de manera espectacular, la del 1 por ciento último de la pirámide. O sea, que los ricos se hicieron considerablemente más ricos. Los ingresos del siguiente 20 por ciento aumentaron también, aunque no tanto. Y los del 40 por ciento más pobre de la población no aumentaron en absoluto. En resumen, el crecimiento benefició a los más ricos, como se suponía que sucediera, pero no hubo ninguna clase de filtración ni goteo que beneficiase a la mayoría. A pesar de todo, la idea vuelve constantemente, la repiten políticos, periodistas, como si fuese un hecho demostrado.


Ronald Reagan quería reducir al Estado, reducir el gasto del Estado en realidad, en casi todas las áreas, pero no en defensa.


El programa neoliberal se impuso en la periferia, en general, gracias al poder de persuasión del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Un poder de persuasión que no era cuestión de retórica, supongo que se entiende.


Adelantemos un poco la historia, sólo para cerrar de momento este tema. Diez años después de que comenzaron a ejecutarse los planes de ajuste, que adoptaron prácticamente todos, para el conjunto del África subsahariana el ingreso per cápita había caído 2 por ciento, la deuda pública se había triplicado, el valor de exportaciones agrícolas clave como el café y el cacao había caído hasta 50 por ciento, y la inversión extranjera había llegado en un volumen insignificante, y sólo para extracción de petróleo y minería. A la vista de los resultados, el Banco Mundial propuso que se intensificara la liberalización económica.


pocas cosas más flagrantes que la colonización, que permite obtener bienes fuera del mercado, mano de obra servil o casi servil, mercados con una protección absoluta; pero además, ahí sí, sin necesidad de acrobacias retóricas, la economía está regida por la coerción —el extremo que era teóricamente inaceptable para todos. No fue así. Ninguno de ellos tuvo participación activa ni tomó partido a favor de la descolonización, ninguno dijo prácticamente nada sobre ello. Por eso es interesante detenerse en lo poco que sí se dijo sobre esos temas, en los años complicados del medio siglo.


No fue así. Ninguno de ellos tuvo participación activa ni tomó partido a favor de la descolonización, ninguno dijo prácticamente nada sobre ello. Por eso es interesante detenerse en lo poco que sí se dijo sobre esos temas, en los años complicados del medio siglo.


Significativamente, todos se encontraron con que hacía falta introducir factores culturales para explicar la pobreza de las colonias, y de las antiguas colonias. No era que el mercado no funcionase, o que no produjera los mejores resultados, sino que la cultura lastraba el comportamiento de los agentes económicos, que no eran cabalmente racionales, maximizadores.


Los llamados “tigres asiáticos” (Corea del Sur, Singapur, Hong Kong y Taiwán), que solían ponerse como ejemplo de economías exitosas de industrialización tardía, se desarrollaron con el apoyo de un sólido sistema proteccionista, subsidios, una red de empresas públicas, y una distribución estatal del crédito.


Quien consiguió prosperidad y crecimiento económico durante décadas, y estabilidad social, y bienestar general, consumo masivo, educación, servicios de salud, no fue el libre mercado, sino la economía mixta. Ese olvido es acaso el signo más elocuente de la victoria cultural del neoliberalismo en los años ochenta.


Si hubiese que resumir en una frase el sentido de la revolución neoliberal, podría decirse que es la reducción de lo público en beneficio de lo privado.


mercado es el mecanismo que hace posible la existencia de los órdenes complejos; el mercado, y sólo el mercado, permite que la economía funcione de manera eficiente y, a fin de cuentas, justa. El mercado es la alternativa —más eficiente, más justo, más libre—al Estado, a la burocracia, a la coerción. Bien. Todo eso es sabido. Por otra parte, el mercado tiene que ser creado y defendido, no aparece de manera espontánea, ni se reproduce ni se mantiene por sus propios medios.


Es importante reparar en el recorrido. No es que a partir de una idea de la naturaleza humana se llegue a entender la economía de determinada manera. Es al revés: a partir de una idea de la economía, y un modelo del mercado, se postula la definición de la naturaleza humana.


Eso, poner a un ser no-social en el centro del análisis de fenómenos sociales inevitablemente tiene consecuencias. Toda una parte de la vida social, una porción de los hechos sociales, desaparecen para nosotros. Veamos. Parece obvio que adquirir bienes con el propósito de regalarlos o darlos en ofrenda, o destruirlos en un potlach, es diferente de adquirirlos para consumo personal. Renunciar a explicar esas diferencias es renunciar a explicar algo potencialmente significativo. Y quedarnos a cambio con un puro “intercambio” que no significa nada.


ese esquema del comportamiento individual, pura racionalidad maximizadora, no corresponde a ninguna observación psicológica. Es una inferencia lógica, que obedece a las necesidades de la teoría.


Insisto: los economistas rara vez hablan de la naturaleza humana en esos términos. Pero los políticos, los intelectuales, los periodistas, quienes defienden el programa neoliberal en el espacio público suelen recurrir a la idea con bastante frecuencia. El tono debe ser familiar para cualquiera.


El intercambio interesado, libre, entre individuos que buscan cada uno su propio provecho, no es en absoluto universal, de hecho es más bien una rareza, producto de la evolución histórica de Europa. O sea, que no hay nada “natural” en la naturaleza humana a la que estamos acostumbrados.


con su origen en la Grecia clásica, como corresponde. La imagen de una humanidad egoísta, feroz, hecha de individuos que sólo persiguen su interés, se reafirma porque aparece como un hecho natural, anterior al artificio de la cultura.


Esa fantasía de una naturaleza humana predatoria, egoísta, se impone en Grecia en circunstancias muy concretas, durante las guerras del Peloponeso, cuando se quiere justificar precisamente la depredación, el abuso, el desprecio de todo vínculo social.


La idea se ha repetido de varios modos a lo largo de la historia. Sobrevive y sigue pareciendo verosímil precisamente por su carácter mitológico. Porque no es producto de ningún hallazgo científico, que sería discutible, demostrable.


En una película muy conocida, de 1987, Wall Street, hay un breve discurso que se ha hecho famoso. Es un párrafo de Michael Douglas, que explica a los accionistas de una compañía que la avaricia es buena: “la avaricia es buena, la avaricia está bien, la avaricia funciona, la avaricia captura la esencia del espíritu de la evolución”.


No sólo se supone que el egoísmo sea eficaz para hacer el bien, sino que se supone además que el altruismo es ineficaz, contraproducente incluso. Que no hay otro modo de contribuir al bienestar colectivo, sino que cada uno persiga su propio interés, y que hay motivos para sospechar de cualquiera que diga otra cosa.


su explicación omite el colonialismo, la estructura del comercio internacional, el deterioro de los términos de intercambio, las relaciones de clase, y todos los demás factores estructurales que podrían explicar las diferencias de ingreso en cada país, y entre países.


El principio es simplísimo. Si en cualquier campo se puede imaginar una elección, o construir una conducta como si fuese una elección, entonces cabe postular que existe algo que es la “utilidad”, la ambición de maximizar, y por tanto hay competencia, y mercado. Y a continuación se ajusta lo que haga falta.


Si se admiten los supuestos, el resultado del ejercicio sólo puede ser uno, puesto que se trata de juegos de lógica. Ninguna clase de información empírica, ninguna prueba puede refutar las conclusiones, porque en estricto sentido son tautologías


Porque sabe que su voto es insignificante, pero ir a votar requiere algún esfuerzo, algo cuesta. Y sin embargo, resulta que la gente vota. Un hecho así de obvio representa un problema grave para la teoría, un desafío conceptual mayor, que da lugar a largas elaboraciones.


resumidas cuentas dice que si un grupo se organiza para generar un bien público, que todos puedan disfrutar por igual: un parque o un ambiente sin contaminación, lo que sea, un individuo racional debería comportarse como parásito, y dejar que los demás se encarguen de todo. Pero, claro, si todos adoptasen esa actitud, nunca se produciría ningún bien público,


nuevo, un hecho básico de la ciencia social, la movilización, se convierte en un problema mayúsculo, que da lugar a complicados desarrollos, justificaciones.


problema básico es que la idea de que los individuos estén siempre tratando de maximizar algo (la utilidad) carece de fundamento —y es al fin y al cabo una afirmación vacía, puesto que puede significar cualquier cosa. Los modelos no dicen nada relevante sobre ningún campo de actividad, se limitan a ofrecer una descripción esquemática de una posibilidad ilusoria.


El postulado del individuo maximizador tenía que ser el punto de partida de las ciencias sociales, todas. La piedra filosofal.


Es muy significativo que el punto de partida sea siempre, o casi siempre, el cálculo egoísta, individual, como si fuese algo obvio —como si efectivamente no hubiese alternativa.


Igual que en la economía neoclásica, se supone que los fines, valores, deseos, preferencias de los individuos son exógenos, vienen dados de antemano, porque sí, y cada quien tiene los suyos. E igual que en la economía neoclásica, lo único que importa es que esos propósitos puedan ser satisfechos del modo más eficiente.


La gran virtud del mercado consiste en que enseña eso: enseña a la gente a esforzarse. Ofrece recompensas a quienes aceptan los riesgos y trabajan.


El marxismo, decía Mises, promete el paraíso terrenal, una jauja llena de felicidades y de goces, y el regalo más apetitoso para todos los desheredados, que es la humillación de todos aquellos que son más fuertes y mejores que la multitud.


No parece extraño que resulte atractivo para una mentalidad de adolescentes: después de todo, dice que sus inclinaciones egocéntricas, narcisistas, son indicios de grandeza, y que ellos, si cultivan la insensibilidad y la arrogancia, pueden pertenecer al grupo selecto de quienes se atreven a desafiar las reglas del mundo —que son las reglas de los débiles.


En los países centrales, en Estados Unidos y Europa Occidental, con algunos tropiezos, son en general años de estabilidad y crecimiento económico, que invitan a mirar el nuevo orden casi con entusiasmo.


Los noventa fueron años de relativa estabilidad de los agregados macroeconómicos (producto, inflación), pero de una creciente inestabilidad, de una creciente inseguridad para los individuos y las familias.


No está de más señalar una paradoja. Si los mercados fuesen así de eficientes, e indicaran siempre el precio real de cualquier acción, no habría manera de que nadie ganase dinero invirtiendo en bolsa, puesto que la ganancia depende típicamente de haber comprado a bajo precio lo que valdrá más en el futuro. O sea, que en la práctica la ganancia en bolsa depende de que los mercados no sean tan eficientes, de modo que pueda haber precios inflados, castigados, fluctuantes.


La inversión pública desvía recursos sin un criterio económico transparente, riguroso, defendible. Por lo tanto, la única solución aceptable en términos de eficiencia es transferir los proyectos públicos al sector privado, y que se realicen sólo los que resulten rentables. Sólo así cabe asegurarse de que la inversión irá hacia donde es socialmente más valiosa (hacia donde el mercado la recompensa).


integración del mercado global. En resumen, en el nuevo orden no desaparece el Estado, ni pierde protagonismo. Sencillamente, sus recursos son puestos al servicio de la generación de beneficios mediante la combinación de apertura y clausura que constituye la globalización.


Los temas económicos: expropiaciones, reforma agraria, propiedad colectiva, y el lenguaje marxista de las primeras proclamas desaparecieron muy pronto. La base de sus reivindicaciones empezó a ser cultural: la identidad indígena, los usos y costumbres, los derechos culturales, la lengua, la diferencia.


En vez de pedir una mejor legislación o imaginar otros impuestos, en vez de exigir que el Estado intervenga para regular las condiciones de trabajo, la contaminación, los estándares de producción, lo que se hace es añadir otro circuito comercial en el mismo mercado. Y con eso se crea la ilusión de que el mercado permite expresar de la manera más eficaz los programas políticos. Los consumidores pueden hacer patentes sus preferencias morales a través de sus compras, y tienen la sensación de estar defendiendo a los más desprotegidos o combatiendo el calentamiento global a través de sus compras.


política —salvo que no es política. A ver si puedo resumir el panorama. En los años noventa surge una nueva izquierda que adopta las premisas del modelo neoliberal, una izquierda que piensa que el mercado puede resolver el problema de la justicia social (o que puede hacer que sea innecesario planteárselo siquiera). Es consecuencia de la caída de la URSS, del descrédito del socialismo, los primeros éxitos de algunas privatizaciones. El resultado es un desplazamiento del eje de la discusión en el espacio público, en todo el mundo. El individualismo, la preferencia por las soluciones de mercado, la libertad económica, son el punto de partida, indiscutible. Y queda, por otra parte, una izquierda residual, nostálgica, que adopta precisamente las actitudes previstas en el guión y ofrece el mejor apoyo imaginable para el neoliberalismo:


Es el panorama de los noventa. Un optimismo global, un apoyo entusiasta a las nuevas políticas, grandes esperanzas, pero con escaso fundamento. Y con resultados bastante dudosos.


“mercantilista”, en que el Estado decide, distribuye, confisca, ordena, reparte, y prácticamente asfixia a la economía. Perú es pobre porque en lugar de un mercado dinámico, abierto, libre, próspero, tiene una economía burocratizada y politizada, regulada hasta el absurdo, que hace imposible la competencia.


El saldo global de la década es problemático. Hubo las crisis que hemos mencionado, y otras menores, y en general un crecimiento económico mediocre en comparación con el de las décadas del desarrollismo, y el Estado de Bienestar.


No hace falta insistir mucho más. El neoliberalismo de los noventa también tiene sus guerras. No las quiso, seguramente no podría haberlas evitado. Pero son parte de su historia.


En favor de la privatización hay siempre en primer lugar un argumento técnico, de eficiencia. Ya hemos hablado varias veces de ello. Es discutible, es problemático, pero se supone que sólo el mercado es capaz de procesar la información dispersa en la sociedad. Se supone que el Estado, las empresas estatales, los servicios públicos, son por definición ineficientes, porque no se guían por el sistema de precios, sino que se organizan y operan a partir de criterios políticos —que no consideran, o no lo suficiente, las necesidades de los consumidores. En resumen, el mercado siempre ofrecerá una mejor guía, permitirá una asignación de recursos más eficiente.


Acaso valga la pena decirlo de nuevo, para que se entienda mejor lo que sigue. La superioridad técnica, la mayor eficiencia de lo privado, es una petición de principio (es obvia sólo porque la conclusión está en las premisas —si uno acepta las premisas).


Tampoco tiene un fundamento positivo la idea de que la búsqueda del interés individual, particularmente la búsqueda de la ganancia económica (the profit motive, según la expresión consagrada) ofrezca siempre los mejores resultados, ni siquiera que sirva como garantía del buen funcionamiento de una empresa o una institución cualquiera.


La valoración general, dogmática, en favor de lo privado, la idea de que en cualquier caso sea más eficiente, es uno de los rasgos característicos del orden neoliberal.


Es uno de sus prejuicios básicos. Entre otras cosas, porque la eficiencia es un concepto vacío, que puede significar muchas cosas.


Aunque pudiera estar de más, prefiero insistir en la aclaración: público no significa estatal. Desde luego, el Estado puede ser responsable de la gestión, del financiamiento, de la operación de empresas e instituciones públicas, y con frecuencia es así. Pero no son la misma cosa. La distinción es importante. El programa neoliberal, que no es partidario del laissez-faire, no quiere que desaparezca el Estado, ni mucho menos: lo necesita para producir los mercados. Pero sí está de manera consistente en contra de lo público


En cualquier caso, privatizar significa cambiar el principio por el que se distribuye un bien, o se ofrece un servicio, y decidir que se asigne no como un derecho, sino como mercancía.


En general, cualquiera que sea la actividad, se supone que al no haber competencia, o al no haber el incentivo de la ganancia, al no haber propiamente mercado, las instituciones públicas serán poco eficientes, harán mal las cosas, y terminarán desperdiciando recursos, donde los particulares interesados en hacer negocio podrían ofrecer mucho mejores resultados.


A lo largo del siglo veinte, después de la crisis de 1929, y más aún después de la Segunda Guerra Mundial, el dominio público había ido aumentando en casi todo el mundo, para corregir lo que se suele llamar “fallas del mercado”, es decir: oferta insuficiente, o monopólica, precios excesivos, sin garantías. Y


En resumen, no había dinero suficiente para mantener en buen funcionamiento los servicios públicos —que por eso dejaron de funcionar bien (habría otras razones, basta con esa). Además aumentaba el déficit, y la deuda pública. Y por si fuera poco, menudearon las huelgas. El hartazgo de la gente coincidió con el primer auge de las ideas neoliberales, ya lo hemos visto, que encontraron un público especialmente receptivo, predispuesto a aceptar la idea de que las empresas públicas eran por definición ineficientes, costosas, una carga para el erario público.


Desde luego, a favor de la torre de marfil se podría argumentar en los términos de Simon Leys, y decir que la superior utilidad, la eficacia de la universidad depende precisamente de esa aparente inutilidad. Pero de momento no hace falta entrar en esa discusión, es harina de otro costal.


El precio es la mejor estimación posible de su valor. Eso significa que no puede haber burbujas, precios irracional, infundadamente altos, porque en el momento en que el precio de un activo se elevase por encima de su valor real, los especuladores se apresurarían a venderlo, y el precio bajaría de nuevo. En resumen: en un mercado enteramente libre no se pueden producir burbujas, y si llegaran a formarse, no podrían durar. O sea, que no puede haber crisis financieras que respondan a esa clase de movimiento. Pero la crisis ocurrió. En el más libre de los mercados, el más ágil, global, el que teóricamente tendría que haber sido el más eficiente. Y ocurrió a partir del movimiento clásico de una inflación de precios, una burbuja especulativa, y una caída súbita, que arrastró a todos los bancos.


Hay muchos motivos para que los economistas, los neoliberales se entiende, se resistan a abandonar la Hipótesis de los Mercados Eficientes, con todas sus derivaciones. El primero, el más simple, es que están profunda e íntimamente convencidos de la verdad del programa: creen en él. Y una creencia no es fácil de desarraigar. Desde luego, no bastan los hechos, ninguno, porque una creencia no se puede refutar.


“disonancia cognitiva”: cuando a un individuo que cree intensamente en algo se le presentan pruebas indiscutibles de que está equivocado, lo más frecuente es que se afirme en su creencia, con más firmeza incluso. La nueva información produce un efecto de disonancia que resulta incómodo, desagradable, difícil de soportar, y es necesario eliminar uno de los términos. Para mantener la identidad, lo más sencillo es conservar la creencia, y prescindir de los hechos.


También importa, y acaso sea lo que más pesa a fin de cuentas, el relativo aislamiento de la profesión económica. En general, en los artículos en revistas académicas de economía se citan sólo artículos de otras revistas de economía, todos de la misma inclinación teórica, y sólo rara vez las de otras disciplinas. La mayoría de los economistas están convencidos de que el empleo del álgebra hace que la economía (neoclásica) sea más “científica”, sin comparación, y por eso miran con desprecio a la sociología, la antropología, la historia, y desconfían de los programas de investigación multi-disciplinaria.


No sólo eso. Si se pueden producir burbujas, y es evidente que sí, eso significa que el mercado no asigna los precios correctamente, no procesa bien la información. Alguien “engaña” al mercado, alguien es engañado por las señales del mercado. Y por lo tanto, carece de fundamento la idea de que la política económica sea irrelevante porque los agentes anticipan los efectos de cualquier movimiento, y lo neutralizan. Si las señales del mercado pueden resultar así de engañosas, hace falta replantear los términos de la discusión sobre la política económica.


En todo caso, como dice John Quiggin, si la Hipótesis de los Mercados Eficientes es compatible con la Crisis del 29, con las varias burbujas tecnológicas e hipotecarias de las últimas décadas, con la crisis global de 2008, entonces no dice nada muy relevante —porque se puede llamar eficiente a cualquier cosa.


A pesar del entusiasmo con que se acogió el proyecto, como alternativa no ha dado mucho de sí. Las explicaciones que puede ofrecer son de poco alcance. En primer lugar, la idea de que los seres humanos sean en alguna medida, en algún sentido, irracionales, que no se limiten a calcular, es una pura obviedad para todas las demás ciencias sociales.


primer lugar, la idea de que los seres humanos sean en alguna medida, en algún sentido, irracionales, que no se limiten a calcular, es una pura obviedad para todas las demás ciencias sociales.


El hecho de que existan esos ciclos es prueba de que la economía no se comporta como sugieren los modelos clásicos: no es un sistema en equilibrio, ni tiende al equilibrio.


La conclusión de Minsky, que escribe en los años ochenta, es que el sistema financiero es inestable por definición. Y está sujeto a esa clase de ciclos, auges y caídas, no como consecuencia de choques externos, no por azar, sino por su propia lógica: porque la expectativa de ganancias tiende a favorecer actitudes especulativas. La hipótesis cuadra a la perfección con la crisis de 2008. El problema es que de ahí se deriva la necesidad de establecer reglas que moderen ese movimiento cíclico, que impidan que el entusiasmo especulativo ponga en riesgo el funcionamiento de la economía.


La pobreza, el subdesarrollo, el atraso, siguen siendo difíciles de explicar en los términos del programa neoliberal. Mucho más cuando se han puesto en práctica, ya durante décadas, las recetas básicas: privatización, apertura, desregulación, liberalización comercial, reducción del gasto público, control de la inflación. Hecho todo eso, los resultados han sido en general decepcionantes. Mayor desigualdad, concentración del ingreso, y un crecimiento menor, como mucho la mitad, de lo que fue en los años sesenta y setenta (con la excepción de China, y en menor medida India).


Seguramente no había motivos para esperar que hubiese sido así, puesto que no hay ningún ejemplo histórico de una sociedad que se haya desarrollado gracias a una política como la que preconizan los neoliberales (en los países centrales, como entre los “tigres asiáticos”, el desarrollo fue producto de décadas, siglos a veces, de proteccionismo, subsidios, ingeniería inversa, control de cambios).


Lo que me interesa subrayar es que el factor con el que se trata de explicar el atraso es siempre un residuo, ajeno al modelo económico: cultura, capital social, etcétera. De hecho, hace falta señalar el residuo porque eso permite dejar a salvo el modelo económico, que funcionaría correctamente, y produciría la prosperidad general, si no fuese por la cultura, la falta de educación, de capital social o respeto de legalidad. Decía que en lo fundamental nada ha cambiado después de la crisis de 2008. Algo sí: el modelo neoliberal se ha consolidado, y ha encontrado en la crisis nuevos recursos para afirmarse.


No parece exagerado decir que vivimos si no una civilización neoliberal, sí un momento neoliberal, equiparable al momento liberal de la primera mitad del siglo XIX. Es decir, un orden social, un sistema institucional, pero también un conjunto de ideas, valores, y lo que se puede llamar un “imaginario social”: una manera de entender la vida cotidiana, los avatares del trabajo, las relaciones sociales, un modo de interpretar nuestras propias aspiraciones. Nos pensamos, hablo de las sociedades occidentales básicamente, nos pensamos como individuos con intereses, motivos y propósitos propios (el propósito de acumular dinero, sobre todo), en competencia con otros individuos,


Nuestro sentido común dice que cada quien tiene lo que se merece. Y que si no se les pone un alto, “ellos”, los que no se han esforzado lo suficiente, tratarán de aprovecharse de “nosotros”, y de lo que hemos conseguido con nuestro trabajo.


claro que el programa neoliberal vive horas algo bajas después de la crisis de 2008. Por otra parte, los resultados económicos, mirados globalmente, al cabo de treinta años, son muy pobres. El aumento de la desigualdad es obvio, estridente, ofensivo. Algunas de las ideas básicas del modelo parecen claramente indefendibles. Y sin embargo, el neoliberalismo sobrevive, y más: sigue siendo el modo dominante, y no parece haber alternativas. La crisis no provocó ningún cambio importante ni de políticas económicas, ni de legislación. El fenómeno es notable. Sugiere que el momento neoliberal a pesar de todo tiene todavía bastante futuro. Pero no es obvio por qué.


Pero antes de hablar de ello, a lo mejor es útil una recapitulación. Como sistema de ideas, el neoliberalismo es un programa utópico que surge entre las dos grandes guerras, en Europa. Y su impulso básico obedece a lo que George Steiner llamaba la nostalgia del absoluto, es decir, es una especie de teología sustituta, un sistema de creencias que incluye la ambición de totalidad, la necesidad de explicarlo todo, definitivamente; también un conjunto de textos canónicos y unas cuantas ideas indiscutibles, una ortodoxia; y un lenguaje propio: un idioma, un repertorio de imágenes, metáforas.


Y bien: en los últimos veinte, treinta años, en el cambio de siglo, el neoliberalismo parece haber ocupado el lugar del marxismo, con una función bastante parecida. Decía Aron que la ideología se convierte en dogma cuando admite el absurdo. A partir de 2008, el neoliberalismo parece cada vez más un dogma. Pero eso no resta un ápice a su atractivo. Sigue siendo joven, rebelde, iconoclasta, científico, realista, esperanzador.


atractivo del programa no depende de eso. Las afirmaciones básicas de Hayek o Becker sobre la naturaleza humana, sobre la libertad o el mercado, son en estricto sentido indemostrables. Seducen por otros motivos. No es algo trivial. La mayor parte de quienes defienden el mercado como solución para la salud, la educación, la gestión pública o lo que sea, no se apoyan en estudios concretos que demuestren nada; entre otras cosas, porque con mucha frecuencia no los hay.


En ese plano, la discusión no es realmente racional, porque la convicción que sostiene el programa no se deriva de ninguna prueba, ni puede ser refutado por ninguna prueba.


En primer lugar, el neoliberalismo resulta atractivo porque ofrece una explicación para todo. Igual que el marxismo de otro tiempo, igual que cualquier religión.


Segundo motivo. El neoliberalismo también permite siempre conservar la actitud crítica, rebelde, inconformista, que caracteriza a los intelectuales. Es una forma curiosa de rebeldía porque en general defiende los intereses dominantes, pero no es por eso menos real. Los partidarios del neoliberalismo se sienten desde siempre, pase lo que pase, rebeldes.


Estado, en esa medida los partidarios del neoliberalismo siempre pueden presentarse como rebeldes, iconoclastas, marginales, defensores de la libertad contra el orden burocrático establecido. Y en eso son verdaderamente herederos del espíritu de la protesta de los años sesenta.


enfoque de la elección racional, el modelo mismo de la naturaleza humana, dicen que todos los individuos son igualmente egoístas, calculadores. Moralmente, no hay diferencia alguna entre el hombre más rico del mundo y el más miserable de sus empleados, y cada uno tiene lo que se merece. Eso permite denunciar sin más averiguación la hipocresía de las buenas intenciones. Quien diga que busca el bien del prójimo es un mentiroso. Eso para empezar.


Para empezar, está la bisagra normativa del realismo, que permite acusar de hipocresía a quienes no reconozcan sus intereses egoístas (si usted no admite que es egoísta, y que persigue su propio interés, es un mentiroso y un hipócrita —o gravemente irracional).


“sólo cabe salvaguardar la libertad en la medida en que se la considere en todo momento principio supremo, no conculcable en aras de cualquier ventaja circunstancial”. Es la última trinchera: podría ser que la regulación ofreciera alguna ganancia, podría ser que el libre mercado produjese más pobreza, desigualdad, pero la libertad seguiría siendo el valor último —que hay que defender a cualquier precio.


moraleja es siempre la misma: “eso” ya se probó, “eso” ya se intentó, y fue un fracaso, sabemos que no funciona, corresponde al pasado. “Eso” puede ser cualquier cosa, una política anticíclica, la seguridad social, los servicios públicos, un régimen fiscal o monetario. La operación permite que la defensa del programa neoliberal sea siempre la defensa del futuro,


Paradójicamente, vienen a decir que el orden del mercado, la competencia y el egoísmo individual están en los genes. O sea, que no hay alternativa al reino de la libertad, porque la libertad no existe.


Desde luego, no corresponde aquí ni siquiera esbozar una alternativa al orden neoliberal. Esto es una historia, nada más. Nada menos. Pero acaso sí convenga un apunte sobre los parámetros para pensar una alternativa. Porque la historia también sirve para eso, para saber que no hay nada fatal, nada definitivo.


Seguramente lo primero que hace falta, y es indispensable, es abandonar la matriz de conocimiento que el neoliberalismo ha impuesto como cosa de sentido común. Es claro que no todo puede entenderse como un mercado: la evolución no es un mercado, el orden social no es un mercado, la religión, la familia, la ciencia, no son mercados (en realidad, ni siquiera el mercado es un mercado —no como el que supone el modelo). El problema no es ése, sino la idea del conocimiento que lleva a pensar así. Es decir, la idea de que el conocimiento deba ser simple, inequívoco, universal, e inmediatamente útil —como son los modelos algebraicos de la economía neoclásica.


Bromas aparte, no hay modo de sacarle la vuelta. El resultado está a la vista: un aumento vertiginoso de la desigualdad, desequilibrios regionales en todo el planeta, inseguridad laboral, destrucción del ambiente, deterioro de todos los servicios públicos, repetidas crisis financieras, caída del poder adquisitivo de los salarios, aumento del desempleo de larga duración, y un crecimiento de la economía muy inferior al de las décadas anteriores.


Y bien: en adelante, habrá que imaginar una salida, como siempre.

Marco Herrera Solar. Last modified: July 03, 2024. Sitio hecho con Franklin.jl y Julia programming language.