En deuda: una historia alternativa de la economía (Graeber, David)


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flexibilidad del concepto, es la base de su poder. Si algo enseña la historia, es que no hay mejor manera de justificar relaciones basadas en la violencia, para hacerlas parecer éticas, que darles un nuevo marco en el lenguaje de la deuda, sobre todo porque inmediatamente hace parecer que es la víctima la que ha hecho algo mal.


Si algo enseña la historia, es que no hay mejor manera de justificar relaciones basadas en la violencia, para hacerlas parecer éticas, que darles un nuevo marco en el lenguaje de la deuda, sobre todo porque inmediatamente hace parecer que es la víctima la que ha hecho algo mal.


En cierta manera se puede contemplar la situación económica del mundo actual como una versión a mayor escala de lo mismo: en este caso, EEUU sería el deudor de lujo y Madagascar el deudor pobre muriendo de inanición en la celda de al lado, mientras los criados del deudor de lujo le aseguran que sus problemas se deben a su propia irresponsabilidad.


El problema es que, en cuanto uno comienza a hablar de las cosas en términos de deuda, la gente comienza inevitablemente a preguntarse quién debe realmente qué a quién.


Durante miles de años, la lucha entre ricos y pobres ha tomado en gran parte forma de conflictos entre acreedores y deudores, de discusiones acerca de las ventajas e inconvenientes del pago de intereses, de la servidumbre por deudas, condonaciones, restituciones, recuperaciones, confiscación de ganado, apropiaciones de viñedos y venta de los hijos del deudor como esclavos.


Las discusiones acerca de quién debe realmente qué a quién han jugado un papel esencial en la formación de nuestro vocabulario básico de lo que está bien o mal.


Aquí llegamos al punto central de este libro: ¿qué significa exactamente decir que nuestro sentido de la moral y la justicia se reduce al lenguaje de un contrato económico?


En realidad, ésta fue la forma de dinero original. Los sistemas de crédito, los pagos a cuenta, incluso la contabilidad de gastos, todos existieron mucho antes que el dinero. Son cosas tan viejas como la propia civilización.


Los economistas suelen citar tres funciones para el dinero: medio de intercambio, unidad de contabilidad y almacenamiento de valor.


Casi todos los libros de texto de economía empleados hoy en día solucionan el problema de la misma manera. Históricamente, dicen, sabemos que hubo un tiempo en que no existía el dinero. ¿Cómo sería? Bueno, imaginémonos una economía parecida a la de hoy en día, sólo que sin dinero.


En esto Smith era el heredero intelectual de la tradición liberal de filósofos como John Locke, quien había sostenido que el gobierno nace por la necesidad de proteger la propiedad privada, y que cuando mejor funciona es cuando se limita a esa función.


Cierto, el empleo de monedas implicaba que los gobiernos tendrían que intervenir, dado que solían poseer las fábricas de moneda; pero en la versión estándar de la historia, los gobiernos sólo tenían este papel, el de garantizar el suministro de dinero, y tendían a hacerlo mal, dado que a lo largo de la historia, muchos reyes con pocos escrúpulos a menudo han hecho trampas devaluando la moneda, causando inflación y otros tipos de desastres políticos en lo que originariamente era un asunto de simple sentido común económico.


El problema es que no hay pruebas de que alguna vez ocurriera así, y sí un montón de pruebas que sugieren que no. Durante siglos los exploradores han intentado hallar esta fabulosa tierra del trueque, y nadie ha tenido éxito.


Pero hacia mediados de siglo las descripciones de Lewis Henry Morgan de las Seis Naciones Iroquesas ya habían sido ampliamente publicadas, y dejaban claro que las principales instituciones económicas en las naciones iroquesas eran casas comunales en que se acumulaban la mayoría de los bienes, que los consejos de mujeres distribuían, y nadie intercambiaba puntas de flecha por carne. Los economistas sencillamente ignoraron esta información[15].


Hacia la misma época, misioneros, aventureros y administradores coloniales se extendían por el mundo, muchos transportando copias del libro de Smith, esperando encontrar la tierra del trueque. Nadie la halló jamás. Descubrieron una variedad casi ilimitada de sistemas económicos. Pero hasta el día de hoy nadie ha sido capaz de señalar una parte del mundo en que el modo habitual de transacción económica entre vecinos tome la forma de «te doy veinte gallinas por esa vaca».


Esto, a su vez, nos permite asumir que la vida se divide limpiamente entre el mercado, donde hacemos nuestras compras, y la «zona de consumo», donde nos ocupamos de cosas como los banquetes, la música y la seducción. En otras palabras: la visión del mundo que forma la base de los libros de texto de economía, en cuya promulgación Adam Smith tomó tanta parte, ha acabado convirtiéndose en parte tan integrante de nuestro sentido común que nos parece imposible imaginar otro arreglo.


Los antropólogos acostumbran a referirse a esto como a la creación de distintas «esferas de intercambio»


En este sentido, es fácil advertir que el «dinero» no es el resultado de transacciones comerciales. En realidad lo crearon los burócratas para mantener un seguimiento de los recursos y mover cosas entre los distintos departamentos.


en cebada o en lo que tuvieran a mano[35]. A estas alturas, casi todos los aspectos de la historia convencional sobre los orígenes del dinero están ya en ruinas. Rara vez una teoría histórica ha sido refutada de manera tan absoluta y sistemática.


A estas alturas, casi todos los aspectos de la historia convencional sobre los orígenes del dinero están ya en ruinas. Rara vez una teoría histórica ha sido refutada de manera tan absoluta y sistemática.


ellos, Mitchell-Innes prácticamente arrojaba por la borda las falsas convenciones en que se basaba la historia económica del momento y sugería que lo que realmente se necesitaba era una historia de la deuda:


De hecho, la historia estándar de la moneda está completamente trastocada. No comenzamos con trueques para descubrir el dinero y finalizar con sistemas de créditos. Primero vino lo que hoy llamamos dinero virtual. Las monedas aparecieron mucho más tarde, y su uso sólo se extendió de manera irregular, sin reemplazar nunca los sistemas de crédito. El trueque, a su vez, parece ser, en gran parte, un subproducto colateral del uso de monedas o papel moneda; históricamente ha sido lo que han practicado personas acostumbradas a transacciones en metálico cuando por una u otra razón no tenían acceso a moneda.


«Incluso en las economías industriales más avanzadas», insistía, «si desnudamos el intercambio a sus factores más básicos y retiramos la ofuscadora capa de dinero, hallaremos que el comercio entre individuos y entre naciones se reduce, en su mayor parte, a trueque»


Otros hablaban de un «velo de dinero» ofuscando la naturaleza de la «economía real», en que la gente produce bienes y servicios reales y los intercambia una y otra vez


Llamemos a esto la apoteosis final de la economía como sentido común. El dinero no es importante. Las economías (las «economías reales») son en realidad vastos sistemas de trueque.


La siguiente pregunta es obvia: si el dinero es una vara de medir, ¿qué mide? La respuesta era sencilla: deuda.


En este sentido, el valor de una unidad de moneda no es la medida del valor de un objeto, sino el valor de la confianza que se tiene en otros seres humanos.


En lugar de descubrir el trueque, acabaron empleando las mismas técnicas que los economistas de la corriente clásica rechazaban para crear algo parecido a un mercado.


Entre aproximadamente 1933 y 1979 todos los grandes gobiernos capitalistas invirtieron el rumbo y adoptaron alguna forma de keynesianismo. La ortodoxia keynesiana parte de la percepción de que los mercados capitalistas en realidad no funcionan a menos que los gobiernos capitalistas se esfuercen en hacer de niñeras: sobre todo, realizando gigantescas y deficitarias inyecciones de capital en los momentos de crisis.


La ortodoxia keynesiana parte de la percepción de que los mercados capitalistas en realidad no funcionan a menos que los gobiernos capitalistas se esfuercen en hacer de niñeras:


Tiene mucho sentido si se parte de la premisa inicial de Nietzsche. El problema es que esa premisa es descabellada. Hay muchas razones, también, para creer que el propio Nietzsche sabía que esa premisa era descabellada: en realidad, de eso se trataba. Lo que Nietzsche estaba haciendo era partir de las asunciones estándares y aceptadas como «de sentido común» en su época (y, en gran medida, en la nuestra), de que somos máquinas racionales de calcular, de que el interés egoísta y comercial precede a la sociedad, de que la propia «sociedad» no es sino una manera de poner una protección temporal sobre el conflicto resultante. Es decir, comienza por las acepciones burguesas típicas y las lleva hasta un extremo en que es evidente que han de epatar a una audiencia burguesa.


Es más: aquellas disciplinas, dentro de las teorías sociales, que más se arrogan un estatus científico (la teoría de la elección racional, por ejemplo) parten de las mismas premisas acerca de la psicología humana que los economistas: que los humanos se han de tomar como actores egoístas que calculan cómo obtener el máximo beneficio posible de cada situación; el máximo provecho, placer o felicidad a cambio de la mínima inversión posible.


Es posiblemente por esto, también, por lo que en los momentos inmediatamente posteriores a un gran desastre (una inundación, un gran apagón o un colapso económico) la gente tiende a comportarse de la misma manera, regresando a un improvisado comunismo. Aunque sea por poco tiempo, las jerarquías, mercados y similares se convierten en lujos que nadie se puede permitir. Cualquiera que haya experimentado un momento así puede dar fe de sus especiales cualidades, de la manera en que perfectos extraños se convierten en hermanos y de la manera en que la propia sociedad humana parece renacer. Esto es importante, porque demuestra que no estamos hablando sólo de cooperación.


El dinero, pues, comienza, en palabras de Rospabé, como «un sustituto de la vida»[14]. Se lo puede denominar como el reconocimiento de una deuda de vida.


Todo esto sólo sirve para subrayar el argumento básico de Rospabé, que es que el dinero se puede considerar, en las economías humanas, ante todo como el reconocimiento de la existencia de una deuda que no se puede pagar.

Marco Herrera Solar. Last modified: July 03, 2024. Sitio hecho con Franklin.jl y Julia programming language.