El luto humano (Revueltas, José)


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Él no podía negarse ya, en efecto. Ni siquiera movió la cabeza como antes, terca y dubitativamente; se sentía tonto de tan triste. La muerte ya no estaba en la silla, pero tampoco, ¡oh Dios!, en aquel cuerpo fallecido. Porque la muerte no es morir, sino lo anterior al morir, lo inmediatamente anterior, cuando aún no entra en el cuerpo y está, inmóvil y blanca, negra, violeta, cárdena, sentada en la más próxima silla.


Tenía Adán esa sangre envenenada, mestiza, en la cual los indígenas veían su propio miedo y encontraban su propia nostalgia imperecedera, su pavor retrospectivo, el naufragio de que aún tenían memoria.


primitivos, al repetir con desesperada insistencia las jaculatorias.


Don Vicente la tomó por la cabeza, con dulzura, y luego por los hombros. Lo dijeran ya los antepasados de ella, «que esta tierra había de ser poseída por los hijos del sol». Resignadamente recibió Antonia la semilla con la cual morían sus dioses. Cuando el día de santa Úrsula murió Antonia al brotar de su vientre la obsidiana, don Vicente hízose cargo del entierro y al niño lo llevó a la casa grande, para educarlo.


Tiene sentido su extensión y cuanto la cubre, las estrellas, los animales, el árbol. Hay que detenerse, una de esas noches plenas, para mover el rostro hacia el cielo: aquella constelación, aquel planeta solitario, toda esta materia sinfónica que vibra, ordenada y rigurosa, ¿tendría algún significado si no hubiesen ojos para mirarla, ojos, simplemente ojos de animal o de hombre, desde cualquier punto, desde aquí o desde Urano?


La mujer no decía palabra. La matarían después, de un tiro, imaginó. Tal era, sin duda, el designio de Dios: morir de un balazo y sin ninguna plegaria: tinieblas solamente.


Calixto no pudo menos que detenerse para observar aquello que ahora le promovía pensamientos tan diversos a los de la primera vez. Ya no el miedo, ni aquella sensación de distancia y antigüedad; hoy algo insólito, como si la fuerza y el señorío que antes partieran del retrato se hubiesen trasladado a él. Una sonrisa dibujóse en su rostro. «¡Al diablo!», pensó. Cierta imprevista rabia se iba apoderando de él, torvamente. Se sabía de pronto un ser libre, poderoso y dueño. Estuvo tan sometido antes, que el descubrimiento de aquella capacidad suya, de aquella nueva condición, le producía una mezcla extraña, hecha de júbilo y odio. Trepó sobre el armario para bajar el retrato.


Ha terminado la revolución —dijo el coronel—; ahora cada quien, con lo que haiga ganado, puede irse para su casa, o redactar un oficio a la secretaría de Guerra para que lo reconozcan y siga en el ejército. ¡Viva mi general Francisco Villa! —¡Vivaaaa! —respondió la masa. Se encontraban desconcertados. ¡Que aquello terminara parecía tan difícil! ¿Qué hacer ahora? No en vano transcurren diez años de caos, de desorden, de libertinaje. Ellos hubiesen querido que continuara todo otra vez como siempre, con las montañas y llanuras otra vez, con los balazos, con el temor, con la sensualidad ruda y estremecedora de la muerte. Un poder como abismo se les había revelado, grandioso e inalienable. Era un poder tentador y primitivo que de pronto estaba en la sangre, girando con su veneno


Como un sexo que eyaculase muerte. Algo misterioso, ignorado, que podía estar junto o lejos, ahora en este día o mañana, o dentro de algunos años, existía sometido a este poder de que eran dueños. Podían matar.


—Mi coronel —dijo—, yo quisiera trabajar alguna derrita, pero ¿dónde la hallo? El coronel se sorprendió: —¡Hombre! No había pensado en eso… Pero agarra la que encuentres, ya después se verá…


Hacíamos de cuenta que fuimos basuras y que un remolino nos alevantó, y el mismo viento allá en las alturas, allá en las alturas nos aseparó…


«Bien —pensó rigurosamente—, ya pasó lo de Natividad, pero es como si Natividad siguiera viviendo…». Razonaba así no porque le repugnara el cometer nuevos crímenes, sino porque aún no llegaba aquel que le daría la victoria, la sensación firme, cabal, segura, del poder, de la superioridad.


Habíase creído algo así como un ejecutor del destino, al margen de las cosas y dueño de una clara independencia, pero de súbito comenzó a comprender que su alma era una hoja perdida en la borrasca, sin asidero alguno, zarandeada a capricho y carente de albedo.


Pero el problema ahí era Natividad, un líder. No se quería de manera alguna que continuara aquella huelga de cinco mil peones, escándalo de la República y hasta tal vez de la misma revolución. «Natividad, Natividad». Era aquel de ojos negros y mirada profunda, fuerte y activo. Adán se estremeció recordando el rostro precioso, noble, de Natividad. —¡Está bueno! —susurró tímidamente ante sus superiores.


Entonces bebe, o bebe y canta, en medio de los más contradictorios sentimientos, rabioso en ocasiones, o tristísimo. ¿Qué desea, qué le ocurre cuando vuelve los ojos a sus horizontes vacíos, a su viejo paisaje inmóvil y es capaz de permanecer así por años sin que tal vez un solo pensamiento cruce por su mente? Quizá añore una madre terrenal y primigenia y quiera escuchar su voz y su llamado.


Zapata era un general del pueblo, completamente del pueblo. Ignoraba donde se encuentra Verdún. Durante la guerra del 14 creyó, según se cuenta, que los carrancistas, sus enemigos, estaban atacando Verdún. Zapata era del pueblo, del pueblo puro y eterno, en medio de una revolución salvaje y justa. Las gentes que no ignoraban lo que era Verdún, ignoraban, en cambio, todo lo demás. Lo ignoraban en absoluto. Y ahí las dejó la vida, de espaldas, vueltas contra todo aquello querido, tenebroso, alto, noble y siniestro que era la revolución.


Aquel grupo de soldados revolucionarios perdido en la inmensa geografía de México se convirtió en un grupo de hombres en derrota, perseguidos, huyendo. Aquello no era la revolución; aquello no era nada: caminar tan sólo, caminar, caminar. ¿Dónde la bandera? Si apareciese un solo federal lo tomarían con ellos para rebanarle los pies y hacerlo caminar muchos, muchísimos kilómetros sobre el fuego de la tierra, hasta que muriese. Pero ¿dónde el sentido de las cosas? ¿Dónde la tierra? Caminar, caminar sin descanso.


Por la noche, a eso de las diez, bajo varios millones de estrellas, Natividad detuvo al espía. Le amarró pies y manos con ixtle del que se hizo machacando pencas de maguey con una piedra. Y aunque se enguishó las manos, también el otro se enguisharía. Después se echó a descansar con el propósito de reanudar más tarde la marcha con dirección al campamento. Cien mil millones de estrellas estaban ahí. Las dos Osas, el Carro y otras constelaciones a las que el pueblo no daba nombres mitológicos sino relacionados con la virgen María y el niño Jesús.


Hoy navegaba sobre todo lo perdido. Sobre el agua terca, vencedora. Sobre las esperanzas fallidas, los proyectos, las ánimas rotas. Sobre el esfuerzo vano y la ilusión; sobre lo que pudo ser y no era, como un madero, como un barco a la deriva, cadáver lento. Habíase atorado su cuerpo en la esquina de la casa, entre las ramas y el cieno espeso. Ya no sentía. Su única actividad era la de ignorar todo. Todo, cielo, agua y nubes. La muerte era la ignorancia.


Cuando lo reconozco me dan ganas de llorar, y lloraría como nadie lo ha hecho en toda la historia humana de poder aspirar el nauseabundo olor de mi propia carne entre las llamas o presa de las corrientes eléctricas de una bestial silla homicida, porque ése es mi olor, y el olor del criminal ejecutado era el propio olor mío, a cerdo en llamas y cabellos y grasa ardiendo.


Nada ignoraban los zopilotes, ni eso siquiera, negros y crueles. Rincón por rincón conocían toda la existencia. No era de hambre que iban a morir los náufragos. Primero la ceguera, dos cuencas vacías en lugar de ojos, y en seguida el vientre, la fosa iliaca, con toda su organización de tejidos.


Natividad anhelaba transformar la tierra y su doctrina suponía un hombre nuevo y libre sobre una tierra nueva y libre. Por eso Cecilia, que era la tierra de México, lo amó, aunque de manera inconsciente e ignorando las fuerzas secretas, profundas, que determinaban tal amor.

Marco Herrera Solar. Last modified: July 03, 2024. Sitio hecho con Franklin.jl y Julia programming language.